18 de marzo, 2021 | Sara Martínez | Radio Tele
Omar Carreón Abud
Amigo Pedro, viejo Maestro y
compañero, atrevido y valiente Pedro Zapata Baqueiro, una vez más me
acordé de ti. No porque me esté haciendo viejo, no, desde hace mucho
tiempo, con mucha frecuencia me acuerdo de ustedes mis modelos y mis
asombros y ahora, impactado por las noticias terribles, se me
atravesaron tu imagen y tu voz diciendo “El mundo del niño” de
Rabindranath Tagore, estremecedor cuento que te escuché haciendo grandes
esfuerzos para no llorar. No tengo duda, ayudó, ayudaste a que en
tiempos aciagos fuera más humano.
“¡Ah, si yo pudiera entrar
hasta el mismo centro del mundo de mi niño para elegir allí un
placentero refugio! Sé que ese mundo tiene estrellas que le hablan, y un
cielo que desciende hasta su rostro y lo divierte con sus arcoíris y
sus fantásticas nubes. Esos que parecen ser mudos e incapaces de un solo
movimiento, se deslizan en secreto a su ventana y le cuentan
historietas y le ofrecen montones de juguetes de brillantes colores.
¡Ah, si yo pudiera caminar por el sendero que cruza el espíritu de mi
niño y seguirlo aún más allá, más allá, fuera de todos los límites!
Hasta donde mensajeros sin mensaje van y vienen entre Estados de reyes
sin historia, donde la razón hace barriletes de sus leyes y los lanza al
aire; donde la verdad libera a las acciones de sus grilletes”.
Dijo el gigantesco Rabindranath Tagore.
No existe el placentero refugio en el centro del mundo de mi niño ni
del niño de casi nadie, en este mundo ya no hablan las estrellas ni
persona alguna le ofrece montones de juguetes de brillantes colores,
están ausentes los lugares donde la razón hace barriletes de las leyes,
lanza al aire a los reyes y la verdad libera a las acciones de sus
grilletes. Los habrá. Lo sé. Lo juro. Pero, por lo pronto, se enseñorea
la casa fétida, ardiente en el verano, helada en el invierno, abarrotada
siempre, la madre tensa y explosiva, ahora ausente, el padre también,
el hambre, no. La educación, un lujo al que llegan pocos, y la salud, un
privilegio.
Cómo no acordarnos del cuidado extremo que
necesitan y merecen las nuevas generaciones de seres humanos, cómo no
tener presentes los modelos estremecedores de los animales que cuidan a
sus crías a costa de su vida porque en ello les va la sobrevivencia de
la especie, ahora, precisamente ahora que, no el género humano, sino los
beneficiarios del modelo económico neoliberal capitalista, precipitan a
la sociedad a una caverna negra en la que se sacrifica a casi todos y
especialmente a los hombres y las mujeres del mañana. A lo más delicado
que tenemos. “La pandemia crea una “epidemia” internacional entre
menores”, cabecearon varios diarios en días pasados, reproduciendo un
despacho de la agencia Associated Press. “Cuando sus padres lo llevaron
al hospital, Pablo, de 11 años, apenas comía y había dejado de beber.
Débil tras meses de privaciones, su corazón se había ralentizado y sus
riñones estaban fallando. Los médicos le inyectaron fluidos y lo
alimentaron a través de un tubo, los primeros pasos para sanar a otro
niño deshecho en medio del tumulto de la crisis del coronavirus”. Eso,
dice el reportaje, en París. Pero no sólo en París, ni a causa del
coronavirus. La tragedia ya estaba en marcha en todo el mundo, sólo se
ha agudizado de manera espantosa.
Reiteremos que vivimos en el
régimen de la ganancia, en el que la inmensa mayoría de la humanidad
vende su energía vital, su fuerza de trabajo a cambio de lo
indispensable para sobrevivir y regresar al nuevo día solamente a tornar
a vender la energía renovada. Y reiteremos que esa energía vital, esa
fuerza de trabajo, produce durante la jornada y jornada tras jornada,
toda la vida, cantidades inmensas de riqueza retratada en los paisajes
urbanos llenos de edificios suntuosos y vehículos sofisticados o
en
los bellísimos paisajes rurales cultivados con esmero prodigioso,
riqueza inmensa, inimaginable para nuestros antepasados, y que no la
disfrutan los que la crean. Ese es nuestro mundo: riqueza en un extremo,
privaciones en el otro. Así estábamos antes de la pandemia, ahora
estamos peor.
¿Y los que se van y nunca vuelven? La migración ya
es vieja en el mundo, en el capitalismo se ha vuelto espantosamente
masiva y universal. Ahora, para orgullo del capital y su modelo de
sociedad, se van lejos los niños solos de muy corta edad. “La llegada
incesante de miles de inmigrantes indocumentados menores de edad no
acompañados a la frontera estadunidense (una mitad de ellos mexicanos en
2020) amenaza con empantanar las intenciones del gobierno de Joe Biden
de promover reformas migratorias”, se escribió en varios diarios en días
pasados. “Las autoridades interceptaron a más de 100 mil migrantes
indocumentados en febrero pasado -se completó- entre ellos más de 9 mil
400 menores de edad no acompañados”.
A ver amigo, lector, ¿qué
habría sido de usted, dónde estaría ahora, si a los 10 o 12 años de edad
hubiera tenido que cruzar solo la frontera con Estados Unidos y entrar a
un país ajeno a buscar una casa y la forma de ganarse la vida? No nos
acostumbremos a leer las noticias de lo que pasa con la humanidad con
indiferencia. México es un país que sobrevive de los que emigran, eso no
es novedad, hasta el presidente de la república pregona y festeja que
la crisis no se ha hecho más devastadora por la acción salvadora de los
mexicanos que se sacrifican y envían remesas sin falta. Esto está
pasando mientras escribo, mientras usted se toma la molestia de leerme.
Esta es la realidad. Sólo que muchos de nosotros tendemos a
considerar que se trata únicamente de lamentables excepciones, de
desgracias que hay que lamentar y dar gracias a Dios de que no nos haya
tocado a nosotros. La verdad cruda no es así. La mayor parte de los
habitantes del mundo y de México, viven en condiciones de grave
sufrimiento. La pobreza inunda al mundo y al país. Urge remediarlo y el
régimen de la 4T no hace nada, no está en sus prioridades. Se necesita
llevar adelante un proyecto de transformación en el que toda la gente
tenga empleo, tenga un salario digno, tenga servicios médicos, educación
y servicios urbanos a su alcance. Eso lo conquista el pueblo consciente
y organizado, no un individuo solo.
Cito para terminar: “Para
los doctores que los atienden, el impacto de la pandemia en la salud
mental de los menores es cada vez más alarmante. Desde septiembre, el
hospital pediátrico de París donde está Pablo ha duplicado el número de
niños y adolescentes en tratamiento por intentos de suicidio. En otras
partes del mundo, los médicos reportan problemas similares, con niños,
algunos de solo 8 años, lanzándose de forma deliberada al tráfico,
tomando una sobredosis de pastillas o autolesionándose de otra forma. En
Japón, los suicidios en esta franja de edad alcanzaron niveles récord
en 2020, según el Ministerio de Educación”.
¿Y si la criatura que se va al extranjero para siempre o se quita la vida, fuera suya o mía?