4 de octubre, 2018 | Rossana Solorzano | Radio Tele
En este rincón del sureste asiático, las mutaciones del planeta son una realidad cotidiana. En cinco años, más de 9 mil personas tuvieron que desplazarse ante el avance del Padma, por la erosión fluvial acelerada en los últimos años, según un responsable local.
“El Padma lo devoró todo”. Día tras día, Rukaiya Khatun ve como las oscuras aguas de uno de los grandes ríos de Bangladés se van apoderando de su hogar, una crecida debida al cambio climático al que tienen que adaptarse millones de habitantes de ese país.
Es un fenómeno natural, pero no debería ser tan rápido, es por el cambio climático; explica Atiq Rahman, miembro del grupo de expertos del clima de la ONU, laureado con el premio Nobel en 2007.
Avance de las aguas
Unos monzones cada vez más fuertes y el deshielo de los glaciares del Himalaya, de donde nacen muchos de los grandes ríos de Asia, hacen aumentar el flujo de las aguas. Al mismo tiempo, la subida del nivel del mar plantea una seria amenaza en Bangladés, un país poco elevado y extremadamente vulnerable a los cambios del clima.
Para finales de siglo, casi 20 millones de bangladesíes podrían convertirse en “refugiados climáticos”, según la ONU.
Descrito como “salvaje y furioso” por un lugareño, el Padma va comiéndose poco a poco las orillas de Kalidaskhali. De forma regular, los bloques se funden y se disuelven en las aguas. En un solo día, el suelo puede ceder al río hasta cinco metros de terreno, indica Azizul Azam, un responsable local del gobierno.
Ante el avance de las aguas, los habitantes de Kalidaskhali tuvieron que desmantelar sus viviendas apresuradamente, llevarse cuanto pudieron y cortar árboles para conseguir madera. En medio del caos, Abul Hashem dirige una mirada vacía hacia la orilla del río, que tragó el mercado en el que trabajaba.
“Mi tienda se fue hace tan solo unas horas. No tuve tiempo de trasladarla. Todo el mercado desapareció en el río en tan solo unos días”, cuenta este comerciante, ahora desempleado, señalando la extensión del río, que en algunos puntos llega a alcanzar los 4 km de ancho.
Escuelas flotantes
Frente a la potencia inexorable de las fuerzas de la naturaleza, los habitantes tienen que adaptarse, mal que bien. En el distrito de Chalan Beel, a unas decenas de kilómetros de allí, ha surgido una veintena de escuelas flotantes.
“Podemos ir a clase incluso durante la temporada de lluvias, cuando nuestras casas apenas asoman por encima del agua”, dice, satisfecho, Mosammat Rekha, un estudiante de siete años.
Entre las tras más elaboradas incluso tienen un piso y un tobogán y juegos recreativos. Los niños pueden usar los ordenadores, que funcionan con la energía solar; y por la noche, cuando las clases han terminado, los adultos toman el relevo y suben al barco para aprender a plantar cultivos resistentes a las inundaciones.